Изгнанники
Покупка
Тематика:
Испанский язык
Издательство:
КАРО
Автор:
Кирога Орасио
Подг. текста, комм., слов.:
Гонсалес Алехандро А.
Год издания: 2010
Кол-во страниц: 160
Дополнительно
Вид издания:
Художественная литература
Уровень образования:
ВО - Бакалавриат
ISBN: 978-5-9925-0547-4
Артикул: 168351.02.99
Орасио Кирога (1878-1937) — уругвайский писатель, живший в Аргентине, один из самых ярких латиноамериканских писателей, мастер короткого рассказа. Предлагаем вниманию читателей полный неадаптированный текст рассказов с комментариями и словарем.
Тематика:
ББК:
УДК:
ОКСО:
- ВО - Бакалавриат
- 44.03.01: Педагогическое образование
- 45.03.01: Филология
- 45.03.02: Лингвистика
- 45.03.99: Литературные произведения
ГРНТИ:
Скопировать запись
Фрагмент текстового слоя документа размещен для индексирующих роботов
УДК 372.8 ББК 81.2 Исп-93 К 38 © КАРО, 2010 ISBN 978-5-9925-0547-4 Кирога О. К 38 Изгнанники: Книга для чтения на испанском языке. — СПб.: КАРО, 2010. — 160 с. — (Серия «Literatura clásica») ISBN 978-5-9925-0547-4. Орасио Кирога (1878–1937) — уругвайский писатель, живший в Аргентине, один из самых ярких латиноамериканских писателей, мастер короткого рассказа. Предлагаем вниманию читателей полный неадаптированный текст рассказов с комментариями и словарем. УДК 372.8 ББК 81.2 Исп-93
ОБ АВТОРЕ Орасио Кирога (1878, Сальто, Уругвай — 1878– 1937, Буэнос-Айрес) — уругвайский писатель, живший в Аргентине, один из самых ярких латиноамериканских писателей, мастер короткого рассказа. Он учился в Монтевидео и скоро начал интересоваться литературой. Вдохновленный своей первой подругой, он написал «Станцию любви» (1898), основал в своем родном городе «Журнал Сальто» (1899). Впечатления от поездки в Европу он обобщил в воспоминаниях в «Дневнике путешествия в Париж» (1900). Переехав в Буэнос-Айрес, он опубликовал «Коралловые рифы» (1901) — сборник поэм, рассказов и лирической прозы, за ним — рассказы «Преступление другого» (1904), небольшой роман «Преследуемые» (1905) и повесть «История мутной любви» (1908). В 1909 году он поселился в Сан-Игнасио, в провинции Мисионес, где занимал пост мирового судьи. В его обязанности входила регистрация актов гражданского состояния. Забывчивый, невнимательный, неорганизованный, он имел привычку записы
ОБ АВТОРЕ вать сведения о чьих-то смертях, рождениях и женитьбах на клочках бумаги и хранить их в жестянке из-под печенья. Позже он наделил своими собственными чертами героя одного из рассказов, работавшего в том же качестве. Вернувшись в Буэнос-Айрес, Кирога служил в консульстве Уругвая. Там вышли в свет его «Рассказы о любви, безумии и смерти» (1917), «Сказки сельвы» (1918), пьеса «Жертвы» (1920), сборники «Анаконда» (1921), «Пустыня» (1924), «Обезглавленная курица и другие рассказы» (1925) и, пожалуй, лучшая книга его рассказов «Изгнанники» (1926). В 1935 году был издан его последний сборник «По ту сторону». Под влиянием Эдгара Аллана По, Редьярда Киплинга и Ги де Мопассана у Орасио Кироги сформировалась замечательная точность стиля, которая позволила ему мастерски рассказывать о насилии и ужасах, скрытых за внешней приветливостью природы. Действие многих его рассказов происходит в сельве Мисионеса, на аргентинском севере, где О. Кирога жил долгие годы и откуда заимствовал ситуации и персонажей для своих рассказов. Жизнь писателя оборвалась, когда ему было 58 лет, — у него обнаружили рак в запущенной стадии, и он покончил с собой, приняв цианид, находясь в одной из клиник Буэнос-Айреса.
EL REGRESO DE ANACONDA Cuando Anaconda, en complicidad con los elementos nativos del trópico, meditó y planeó la reconquista del río, acababa de cumplir treinta años. Era entonces una joven serpiente de diez metros, en la plenitud de su vigor. No había en su vasto campo de caza, tigre o ciervo capaz de sobrellevar con aliento un abrazo suyo. Bajo la contracción de sus músculos toda vida se escurría, adelgazada hasta la muerte. Ante el balanceo de las pajas que delataban el paso de la gran boa con hambre, el juncal, todo alrededor, se empenachaba de altas orejas aterradas. Y cuando al caer el crepúsculo en las horas mansas, Anaconda bañaba en el río de fuego sus diez metros de obscuro terciopelo, el silencio la circundaba como un halo. Pero siempre la presencia de Anaconda desalojaba ante sí la vida, como un gas mortífero. Su expresión y movimientos de paz, insensibles para el hom
LOS DESTERRADOS 6 bre, la denunciaban desde lejos a los animales. De este modo: — Buen día —decía Anaconda a los yacarés, a su paso por los fangales. — Buen día —respondían mansamente las bestias al sol, rompiendo difi cultosamente con sus párpados globosos el barro que los soldaba. — ¡Hoy hará mucho calor! —la saludaban los monos trepados, al reconocer en la fl exión de los arbustos a la gran serpiente en desliz. — Sí, mucho calor...—respondía Anaconda, arrastrando consigo la cháchara y las cabezas torcidas de los monos, tranquilos sólo a medias. Porque mono y serpiente, pájaro y culebra, ratón y víbora, son conjunciones fatales que apenas el pavor de los grandes huracanes y la extenuación de las interminables sequías logran retardar. Sólo la adaptación común a un mismo medio, vivido y propagado desde el remoto inmemorial de la especie, puede sobreponerse en los grandes cataclismos a esta fatalidad del hambre. Así, ante una gran sequía, las angustias del fl amenco, de las tortugas, de las ratas y de las anacondas, formarán un solo desolado lamento por una gota de agua. Cuando encontramos a nuestra Anaconda, la selva se hallaba próxima a precipitar en su miseria esta sombría fraternidad. Desde dos meses atrás, no tronaba la lluvia sobre las polvorientas hojas. El rocío mismo, vida y con
EL REGRESO DE ANACONDA 7 suelo de la fl ora abrasada, había desaparecido. Noche a noche, de un crepúsculo a otro, el país continuaba desecándose como si todo él fuera un horno. De lo que había sido cauce de umbríos arroyos sólo quedaban piedras lisas y quemantes; y los esteros densísimos de agua negra y camalotes1, se hallaban convertidos en páramos de arcilla surcada de rastros durísimos que entrecubría una red de filamentos deshilachados como estopa, y que era cuanto quedaba de la gran fl ora acuática. A toda la vera del bosque, los cactus, enhiestos como candelabros, aparecían ahora doblados a tierra, con sus brazos caídos hacia la extrema sequedad del suelo, tan duro que resonaba al menor choque. Los días, unos tras otros, se deslizaban ahumados por la bruma de las lejanas quemazones, bajo el fuego de un cielo blanco hasta enceguecer, y a través del cual se movía un sol amarillo y sin rayos, que al llegar la tarde comenzaba a caer envuelto en vapores como una enorme masa asfi xiada. Por las particularidades de su vida vagabunda, Anaconda, de haberlo querido, no hubiera sentido mayormente los efectos de la sequía. Más allá de la laguna y sus bañados enjutos, hacia el sol naciente, estaba el gran río natal, el Paranahyba refrescante, que podía alcanzar en media jornada. 1 camalote — Arg., Bol. y Ur.: conjunto formado por agregación de plantas acuáticas y otras que arrastra la corriente de los ríos.
LOS DESTERRADOS 8 Pero ya no iba la boa a su río. Antes, hasta donde alcanzaba la memoria de sus antepasados, el río había sido suyo. Aguas, cachoeiras1, lobos, tormentas y soledad, todo le pertenecía. Ahora, no. Un hombre, primero, con su miserable ansia de ver, tocar y cortar había emergido tras del cabo de arena con su larga piragua. Luego otros hombres, con otros más, cada vez más frecuentes. Y todos ellos sucios de olor, sucios de machetes y quemazones incesantes. Y siempre remontando el río, desde el sur... A muchas jornadas de allí, el Paranahyba cobraba otro nombre, ella lo sabía bien. Pero más allá todavía, hacia ese abismo incomprensible del agua bajando siempre, ¿no habría un término, una inmensa restinga2 de través que contuviera las aguas eternamente en descenso? De allí, sin duda, llegaban los hombres, y las alzaprimas3, y las mulas sueltas que infectan la selva. ¡Si ella pudiera cerrar el Paranahyba, devolverle su salvaje silencio, para reencontrar el deleite de antaño, cuando cruzaba el río silbando en las noches obscuras, con la cabeza a tres metros del agua humeante!... 1 cachoeira — voz brasileña: cascada, salto de agua 2 restinga — мель, отмель 3 alzaprima — Арг.: повозка для транспортировки длинных стволов
EL REGRESO DE ANACONDA 9 Sí; crear una barrera que cegara el río y bruscamente pensó en los camalotes. La vida de Anaconda era breve aún; pero ella sabía de dos o tres crecidas que habían precipitado en el Paraná1 millones de troncos desarraigados, y plantas acuáticas y espumosas y fango. ¿Adónde había ido a pudrirse todo eso? ¿Qué cementerio vegetal sería capaz de contener el desagüe de todos los camalotes que un desborde sin precedentes vaciara en la sima de ese abismo desconocido? Ella recordaba bien: crecida de 1883; inundación de 1894... Y con los once años transcurridos sin grandes lluvias, el régimen tropical debía sentir como ella en las fauces, sed de diluvio. Su sensibilidad ofídica a la atmósfera le rizaba las escamas de esperanza. Sentía el diluvio inminente. Y como otro Pedro el Ermitaño2, Anaconda se lanzó a predicar la cruzada a lo largo de los riachos y fuentes fl uviales. 1 Paraná — река в Южной Америке, вторая по длине река этого континента (после Амазонки). Протекает по территории Бразилии, Парагвая и Аргентины. 2 Pedro el Ermitaño (¿1050?—1115) fue un monje y predicador francés. Según la tradición, una visión que tuvo en la Iglesia del santo Sepulcro lo impulsó a la empresa de rescatar Jerusalén del dominio árabe. Comandó una expedición a Tierra Santa y fue derrotado en la batalla de Nicea en 1096. Al año siguiente se incorporó al ejército de Godofredo de Bouillon. Murió en el monasterio agustino de Huy.
LOS DESTERRADOS 10 La sequía de su hábitat no era, como bien se comprende, general a la vasta cuenca. De modo que tras largas jornadas, sus narices se expandieron ante la densa humedad de los esteros, plenos de victorias regias, y al vaho de formol de las pequeñas hormigas que amasaban sus túneles sobre ellas. Muy poco costó a Anaconda convencer a los animales. El hombre ha sido, es y será el más cruel enemigo de la selva. — ...Cegando1, pues, el río —concluyó Anaconda después de exponer largamente su plan-, los hombres no podrán más llegar hasta aquí. — ¿Pero las lluvias necesarias? —objetaron las ratas de agua, que no podían ocultar sus dudas-.¡No sabemos si van a venir! — ¡Vendrán! y antes de lo que imaginan. ¡Yo lo sé! — Ella lo sabe —confi rmaron las víboras-. Ella ha vivido entre los hombres. Ella los conoce. — Sí, los conozco, y sé que un solo camalote, uno solo, arrastra, a la deriva de una gran creciente, la tumba de un hombre. — ¡Ya lo creo! —sonrieron suavemente las víboras-. Tal vez de dos... — O de cinco... —bostezó un viejo tigre desde el fondo de sus ijares2—. Pero dime —se desperezó di 1 cegar — aquí: cerrar, bloquear 2 ijar — подвздошная впадина